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10 Lecciones del VIH para Responder al COVID-19

Un policía apunta un termómetro digital a una persona sentada dentro de un vehículo
Un policía toma la temperatura de pasajeros con el propósito de disminuir la transmisión del COVID-19 en Manila, Filipinas el 16 de marzo de 2020. © Aaron Favila/AP

Las sociedades que enfrentan la pandemia pasan por una versión de las etapas de dolor que hizo famosas Kübler-Ross—negación, enojo, depresión, etc. Conforme el mundo pasa de la cuarentena a vivir intranquilos con este nuevo coronavirus, aquí tenemos 10 lecciones que podemos aprender de una pandemia con la que hemos vivido aún más tiempo: el VIH. 

La búsqueda del origen puede ocultar impulsos malintencionados y divisivos

Ya sea calificar el COVID como el virus chino (presidente Trump), el virus de Wuhan (Singapur), una creación del Departamento de Estado de Estados Unidos (China), o un complot de Bill Gates (múltiples teorías conspiratorias), la mayoría de las discusiones sobre los orígenes virales no hacen sino atizar el resentimiento en lugar de procurar una visión científica.

En el caso del SIDA, por ejemplo, cuando se cometió el error de identificar la enfermedad con las poblaciones a quienes afectó primero—homosexuales, haitianos, hemofílicos, usuarios de heroína o los llamados “Club 4-H”—como los únicos que estaban en riesgo, retrasó una respuesta eficaz y fomentó la discriminación. Los científicos deben investigar la transmisión de animales a humanos y países de origen. Las autoridades responsables de formular políticas deben de enfocarse más en una respuesta eficaz a la pandemia.

Pensar en reducción del daño, no eliminación de riesgo

Las comunidades impactadas por el VIH aprendieron a pensar en términos de “más seguro” en lugar de seguro, y a tomar decisiones que le permitieron a la gente continuar con sus actividades esenciales para vivir—relaciones sexuales, uso drogas, concepción de hijos—al mismo tiempo que minimizaban el riesgo. De igual manera, el COVID-19 también requerirá un criterio sobre la reducción de riesgo, información precisa, y herramientas para que la gente pueda reducir la infección—no la negación, la politización de la prevención, o la expectativa de seguridad absoluta.

La confianza es tan importante como las pruebas médicas

A pesar del enfoque de Washington en las pruebas médicas como la medida más importante para la respuesta nacional, las pruebas y el rastreo de contactos para el COVID-19 no puede funcionar sin un sistema de asistencia social confiable.

Con el VIH, muchos defensores se opusieron al uso de pruebas médicas caseras hasta que hubiese mecanismos para proporcionar tratamiento y protección contra la discriminación. No es realista esperar que la gente se haga pruebas (de anticuerpos o antígenos) si éstos no saben cómo serán usados los resultados por sus empleadores, organismos de salud, agencias de seguro de desempleo y sistemas de bienestar infantil.

Protestas con letreros y brazaletes rojos marchando en las calles
Activistas de la lucha contra el SIDA, incluyendo a Daniel Wolfe (derecha), protestan en la Ciudad de Nueva York en 1996. © Allan Clear

La policía es nociva para la salud pública y el control pandémico

El uso de la policía para imponer cuarentenas o detectar fiebres como se practica en Singapur y China, solamente va a exacerbar la vulnerabilidad a largo plazo. Las manifestaciones masivas por la muerte de George Floyd de esta semana recalcan el que hay poblaciones que ya están sobre vigiladas, son vulnerables al COVID-19 (así como los usuarios de drogas en las Filipinas, los residentes de las favelas en Brasil, y los hombres afroamericanos en los Estados Unidos), y no confiarán en las agencias policiales para ayudarles a proteger su salud.

En el caso del VIH, la vigilancia policial y el encarcelamiento han hecho más difícil llegar hasta aquellos que se encuentran en mayor riesgo, ha impedido que las personas obtengan una prevención eficaz, y ha interrumpido el tratamiento. Con el COVID-19, ya hemos visto que la línea entre la salud y la vigilancia policial se ha borrado, como cuando las autoridades israelíes intervinieron los datos recopilados por celulares para la lucha contra el terrorismo con el fin de rastrear contactos del COVID-19, o cuando víctimas por sobredosis que se encontraban en sus autos en Ohio fueron acusadas de violar las órdenes de confinamiento por el COVID-19. Reducir los arrestos y el encarcelamiento es la prioridad para la salud pública.

Construir comunidad funciona mejor que mandatos desde arriba

Mientras que las autoridades de salud pública hablan de las poblaciones difíciles de localizar, no es difícil para las personas dentro de esas comunidades encontrarse entre sí. Así como nuestra experiencia con el VIH ha demostrado, la educación en materia de salud es más eficaz cuando se lleva a cabo por personas que viven la misma realidad día con día que aquellos a los que están tratando de ayudar—especialmente cuando se trata de grupos que tienen una buena razón para desconfiar de los médicos y los gobiernos. Las apelaciones para que se implementen encuestas epidemiológicas de casa en casa y se pongan en práctica nuevos órganos de rastreo de contactos, tienen razón—pero el quién es tan importante como el qué. Se debe priorizar el empleo de personas con conocimiento basado en experiencia práctica sobre el terreno y posean credibilidad entre la comunidad. 

La prontitud usualmente confunde en lugar de aclarar

Es más posible que declaraciones sobre la apertura total de las ciudades a partir de agosto, o el que se vaya a obtener una vacuna para septiembre, acaben decepcionando en lugar de dar inspiración. Casi todos los avances serán realizados de manera diferencial si acaso se vayan a realizar, y el proceso científico es necesario para distinguir entre el anhelo y la realidad. Las personas con SIDA padecieron de falsas expectativas y emprendieron esfuerzos colosales con el fin de conseguir docenas de tratamientos que acabaron siendo inservibles. La Secretaria de Salud de Estados Unidos, Margaret Heckler, anuncio que habría una vacuna contra el SIDA en dos años. Eso fue en 1984.

El precio de nuevos tratamientos determinará cómo percibimos a aquellos que los necesitan

A menos de que las nuevas pruebas y tratamientos médicos se valoren de tal manera que todos puedan tener acceso, la gente rica—y países—encontrarán maneras nefastas de justificar la razón por la que ellos tienen acceso y otros no. El tratamiento contra el SIDA es una historia de precio y prejuicio. En 2001 por ejemplo, cuando las medicinas fueron valoradas por arriba del alcance de países en el hemisferio sur, el director de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional hizo la afirmación racista que los africanos “no saben ni lo que son los relojes” y por lo tanto no podían usar el tratamiento médico apropiadamente. Sin embargo, cuando los precios del medicamento se desplomaron tras la introducción de medicamento genérico competitivo, la resistencia al tratamiento universal contra el VIH también se colapsó.

No culpemos a individuos por fallas sistemáticas

Autoridades de los sistemas de salud pública tienden a catalogar ciertos pacientes como “incumplidores” en lugar de examinar su propia rigidez institucional. La gente que asistía a centros de tratamiento contra el SIDA en el este de Europa, por ejemplo, donde la gran mayoría eran primero diagnosticados con el VIH, era gente que se inyectaba heroína y usualmente se topaban con letreros que leían: “si estas bajo la influencia de narcóticos, regresa mañana por favor”. Para aquellos que tenían el hábito de usar heroína diariamente, esto se interpretaba como: “no regreses”.

Mientras tanto, en los Estados Unidos los hombres afroamericanos que tenían relaciones sexuales con otros hombres—que además experimentaban niveles de VIH mucho más altos—eran frecuentemente sospechosos de tomar mayores riesgos, de usar drogas en mayor cantidad, de ser “agachados” y auto despreciarse, y de no importarles el cuidado propio. De hecho, ellos no exhibían mayor comportamiento de riesgo que sus contrapartes blancas—pero tenían menos acceso a pruebas y tratamiento contra el VIH, además de ser más prevalente el VIH en sus círculos sociales. Estamos viendo actualmente que los migrantes están siendo calificados como “bombas anti salubres” de COVID o “invasores” infecciosos. La toxina real es el pensamiento que convierte a las fallas del gobierno en un problema de comportamiento individual, y encima, acusa a los vulnerables por su propia vulnerabilidad.

Pensar globalmente—pero financiar flexiblemente

Tomó 20 años en reconocerse la necesidad de una respuesta internacional y crear un fondo global para la prevención y tratamiento contra el VIH. Sin embargo, los fondos contra el SIDA frecuentemente contenían restricciones a ciertos tipos de asistencia—proporcionando apoyo a clínicas de VIH, por ejemplo, mientras que instalaciones al lado que eran de igual importancia carecían de personal y provisiones. El COVID-19 impacta a múltiples aspectos de nuestras vidas y va a requerir múltiples respuestas de carácter interdisciplinario—así como respeto por el contexto local y creatividad al establecer estándares.

Activistas tendrán que presionar por la justicia

El COVID-19 ha movilizado nuevas redes de ayuda mutua, colaboración científica, contribuciones filantrópicas, y aún más. No obstante, los aplausos de las 7 de la noche para los trabajadores de la salud pública tendrán que ser sustituidos por actos de mayor filo si acaso esos mismos trabajadores podrán obtener equipo de protección personal y la prima de riesgo que necesitan. Aunque los científicos quieran trabajar de manera unida, los ejecutivos farmacéuticos que los emplean no serán tan amenos al intercambio. Millones de millones de dólares en asistencia de emergencia requieren de miles de ojos que analicen a dónde se está yendo el dinero y a quién se le está negando.

Una de las lecciones clave del activismo contra el SIDA—el cual floreció mucho antes que estuviera disponible el tratamiento contra el VIH—fue la importancia de imaginar una mejor realidad antes que aceptar los límites de nuestra realidad coyuntural. Ahora estamos siendo llamados a hacerlo de nuevo.

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